
Este texto apareció en Perú21 a varios días del terremoto. Le pertenece a uno de los dos Guillermos que más admiro. No conozco a otro argentino que sea tan carismático como él. Es un periodista sui generis y, además, conduce uno de los programas de televisión más entretenidos que he visto en los últimos años. Sí, me refiero a Giacosa. Luego de hacer un copy and paste lo comparto contigo.
Dudo que mi amigo Miguel se interese sobre el movimiento cotidiano de la bolsa o se preocupe por desplazar a sus semejantes en la carrera por ganar prestigio o dinero. Vomitaría, seguramente, si tuviese tiempo de leer a algunos periodistas que invitan a meter bala a los que se dejan llevar por su necesidad o por su crianza y delinquen en medio de esta tragedia que vivimos y a otros que creen mostrarse graciosos o inteligentes cuando practican un racismo antiindígena propio de débiles mentales.
Miguel Figueroa Ingunza es biólogo de profesión, biófilo de conducta y contador de cuentos que ilustran sobre la vida, la solidaridad y la belleza que están ocultas detrás de nuestra conducta cotidiana. De él, que estuvo en la zona más afectada por el terremoto, recibí este conmovedor correo que quiero compartir con ustedes.
"El 15 de agosto viajaba a Huánuco a tomarme unos días de vacaciones. Terremoto, Carretera Central bloqueada y yo y mi mochila varados. Llegó entonces una extraña proposición: hacer un reportaje para una cadena internacional sobre lo que pasó en el sur, necesitaban una suerte de reportero carismático a la vez de chofer, a la vez plomo, a la vez peruano, a la vez seguridad y a la vez gratis y pensaron en mí.
Cuando llegamos al lugar, nada en el mundo podía ser tan desolador.
Me siento torpe al tratar de describir todo lo visto y no poder hacerlo: Caminar por Pisco y ver miradas que deambulan de un lugar a otro como zombis, que, de un momento a otro, han perdido todo. No hay nada.
La cocina ya no está, no están los cuartos y hasta los juguetes de Anita se han perdido. Anita se fue a la iglesia y no ha regresado. '¿Ya vendrá no?', me dijo una señora como intentando desconocer lo que ya conocía, que Anita no regresaría jamás. Su familia la estaba enterrando en el cementerio, cementerio que no tenía suficientes tractores para hacer tantos huecos. Así uno veía tanto a un cura a punto de perder su fe frente a diez ataúdes, como a un médico que preguntándose '¿por qué, por qué?' intentaba no llorar luego de ver a su pueblo destrozado, como a una señora de 70 años -que encontré en la plaza el viernes a las 12 de la noche, sentadita- venida de Lima que buscaba a su esposo e hijo.
-¿Dónde estarán, papito? Les he buscado y nada.
-Señora, busque en las listas. Tal vez ahí están escritos sus nombres.
-No sé leer, papito.
La señora ahí se iba a quedar. En sus sueños esperaba que entre la gente, en la oscuridad, de entre el montón, salieran ellos.
Nuestro paso por los demás pueblos fue similar, Chincha Baja, San Clemente, etc.
El Pisco que muchos conocemos ya no existe. Se acabó. No está más. Recuerdo haber pasado por esa plaza en algún momento rumbo a Paracas. Tanta tristeza, tanta hambre, tanto qué decir y no saber cómo, tanto por intentar olvidar y no saber cómo".
Miguel escribe algunas palabras más, pero prefiero quedarme ahí, en ese angustiado y desgarrado grito de no poder expresar el dolor . (Guillermo Giacosa)
El dolor continúa y todo lo que destapó el terremoto ya dejó de ser noticia.
Ahora, los mercenarios de la reconstrucción están, en pleno septiembre, haciendo su agosto. Más de lo mismo, ¿no creen?