domingo, 19 de agosto de 2007

Germen solidario



A partir de las 6:40 p.m. del miércoles 15 de agosto quienes estuvimos en el Perú, ya no somos las mismas. Dos minutos bastaron para que la furia de la naturaleza cambiara el rostro de un país alegre y promisorio.
Primero, incomunicadas gracias a la incompetencia de empresas extranjeras con insuficientes estaciones de base que aumentaron nuestra angustia de manera exponencial; luego, desesperadas durante horas por saber cómo se encontraban nuestros familiares en Lima y, posteriormente, sorprendidas al ver, ciento ochenta minutos después del desastre, a un sereno Presidente, pero igual de desinformado como nosotras.
A la mañana siguiente, luego de reparar en las imágenes televisivas la magnitud de la catástrofe, todas nos hemos sentido muy golpeadas, aunque hayamos recibido solamente un susto descomunal.
En la tarde, fui por una de las cuadras de mi populoso distrito y vi una mesa que descansaba en la acera de una casa. Con letreros tan improvisados como la organización de INDECI, anunciaba la recepción de donaciones. Proseguí mi camino por una parroquia del Callao; esta vez eran papelotes, con plumón negro, pegados en sus paredes que invitaban al transeúnte a continuar con las donaciones.
A mi regreso, prendí la televisión y en los canales de señal abierta me atraparon las imágenes de mis compatriotas: chicos, grandes y medianos quienes llegaban con agua, ropa, conservas, medicinas, etc, a los lugares de acopio. Sin mencionar los aportes de quienes residen en el exterior y de los países vecinos.
Mi sobrino, un joven de veintidós años, me cuenta que ya donó sangre y que si no estuviese trabajando viajaría a Ica, Pisco o a Chincha a prestar su apoyo.
Así como él, he visto a muchísimos muchachos haciendo cola en algunos hospitales. ¡Qué acciones tan ejemplares! ¿De dónde y cómo lo aprendieron? No tengo respuesta a esta pregunta, pero puedo afirmar con toda seguridad que nuestra reserva solidaria está más que garantizada.
En estos días, en varios blogs, ha circulado un texto de José Watanabe, según los conocedores, uno de los mejores poetas peruanos de este siglo, desaparecido tempranamente, quien siendo aún un paciente escribió:

"Una delgada columna de sangre desciende desde una bolsa de polietileno hasta la vena mayor de mi mano. ¿Qué otro corazón la impulsaba antes, qué otro corazón más vigoroso y espléndido que el mío, lento y trémulo? Esta sangre que me reconforta es anónima. Puede ser de cualquiera. Yo voy (o iba) para ser misántropo y no quiero una deuda sospechada en todos los hombres. ¿Cuál es el nombre de mi dador? A ese solo y preciso hombre le debo agradecimiento. Sin embargo, la sangre que está entrando en mi cuerpo me corrige. Habla, sin retórica, de una fraternidad más vasta. Dice que viene de parte de todos, que la reciba como un envío de la especie". (J. Watanabe).

Si aún no has hecho efectiva tu colaboración, no te preocupes: nunca es tarde para extender una mano. Comparte este germen solidario y continuemos llevando donaciones a nuestros hermanos del sur.