sábado, 30 de junio de 2007

Una fiesta patronal en el colegio

Ayer, mi padre estuvo en casa de uno de mis hermanos desde muy temprano y llegó a la suya cerca de las 5 p.m. Lamentablemente, no pudo ir a una de las corridas de toros a las que él suele asistir desde que éstas se celebran a dos cuadras de su domicilio.
Lo veo triste, porque perdió ese gusto de ver a seis temibles mamíferos de lidia en una plaza improvisada en una explanada (área aún sin construir del colegio donde estudié la Secundaria).
Dice, con su peculiar buen carácter que esperará a que los hijos de un pueblo llamado Chuquinga (Apurímac) nuevamente presenten esta fiesta el 28 de junio en honor a San Pedro y San Pablo el próximo año.
Entonces, con voz sonora, él inicia su relato, que sus hijos e hijas hemos escuchado un sin número de veces: de cómo él contrataba a los toreros e iba a comprar esas inmensas moles taurinas, por encargo del pueblo, claro, para la celebración de la Virgen del Consuelo, patrona de su cálido pueblito norteño denominado Compín, a seis horas de la primaveral Trujillo.
Para mí, este tipo de celebraciones me suena tan lejano, pero las respeto mucho. Primero, porque es el gusto de mi padre; segundo, porque así como él muchísimos habitantes de las zonas rurales llegaron a esta horrible Lima llevando consigo sus propios valores, fortalezas, creencias, comida, fiestas, danzas, en fin, cultura. Entre esos, puedo rescatar el amor por la tierra, valor poco visto en quienes nos ufanamos de haber nacido en suelo limeño. Y aunque en la radio que siempre me acompaña, Speedy González, el locutor de la voz más varonil que conozco, continúe con su campaña en contra de las corridas de toros, yo siempre diré junto a mi padre: ¡Ole! ¡Ole!